Carácter introductorio a los estudios universitarios

La materia se desarrollará de manera integrada con los objetivos de la formación general.

Confianza en la verdad

Superación de posiciones dogmáticas, relativistas, violentas y reduccionistas del conocimiento

Desarrollar el pensamiento crítico

Desde los interrogantes filosóficos que se relacionan con el campo disciplinar de la carrera .

Análisis y comprensión de los temas actuales

Haciendo uso de herramientas y conceptos filosóficos.

Argumentación

Desarrollar la capacidad de razonamiento y reflexión crítica en las argumentaciones.

Completar la posibilidades de la razón humana

Racionalidad integrada a las distintas formas que tiene el hombre al buscar la verdad como su apertura a la trascendencia.

La filosofía: ciencia de las causas primeras

 2.  Aristóteles. La filosofía: ciencia de las causas primeras

I. Todos los hombres, por naturaleza, desean conocer. Prueba de ello es la estima de que gozan las sensaciones,  pues, al margen de su utilidad,  las estimamos  por sí mismas; y, por encima de todas, a la sensación visual. En efecto, no sólo con el fin de obrar, sino aun sin tener que efectuar acción alguna, preferimos, por así decirlo, la vista a todo lo demás. La causa de esto reside en que, entre todos los sentidos, ella nos proporciona más conocimientos y nos hace patente muchas peculiaridades de las cosas.

Los animales, por naturaleza, están dotados de sensación, pero en algunos, a partir de ella, no se constituye ulteriormente el recuerdo, en otros, sí. Por esta razón, los últimos son más avisados y más capaces de aprender que los que carecen del poder de recordar, pues los incapaces de percibir sonidos son avisados, mas no poseen la facultad de aprender, tal como ocurre con la abeja y con cualquier otro género de animales que esté constituido de esa manera. Sólo poseen la capacidad de aprender los que, además del recuerdo, están dotados de ese sentido.

Mientras los animales viven con el auxilio de imágenes y recuerdos, partcipando escasamente de la experiencia, el género humano se vale de la técnica y del raciocinio; mas en los hombres la experiencia nace del recuerdo. Muchos recuerdos referentes a una misma cosa dan por resultado una experiencia. Y pareciera que la experiencia es casi semejante a la ciencia y a la técnica, empero, ciencia y técnica arriban a los hombres a partir de la experiencia. Pues la experiencia engendró la técnica, como dijo con razón Polo, y la inexperiencia el azar. Nace la técnica cuando, de un cúmulo de nociones empíricas se elabora un único juicio universal válido para todos los casos semejantes. Formular el juicio que tal medicamento curó a Calías, que se encontraba aquejado de tal o cual enfermedad, y que lo mismo hizo con Sócrates y  con otros  muchos  individuos,  es  propio  de la experiencia.  Pero  saber  que  un medicamento curó a todos los individuos de cierto tipo, considerados  como una especie determinada, aquejados de cierta enfermedad, como por ejemplo, los flemáticos, o los biliosos, o los afectados de fiebre alta, es cosa de la técnica.

Con relación al obrar, pareciera que experiencia y técnica en nada difieren, pues a menudo comprobamos que los empíricos aciertan más que quienes poseen la teoría sin la experiencia. La razón de esto reside en que la experiencia es conocimiento de lo particular, mientras que la técnica lo es de los universales, y que el obrar y el devenir pertenecen por entero al dominio de lo particular.

No es al hombre en general a quien cura el médico a no ser por accidente, sino a Calías o a Sócrates o a algún otro individuo así denominado y al que le ocurre accidentalmente ser hombre. Entonces, si se posee la teoría sin la experiencia y si se conoce el universal pero no el individuo subsumido bajo él, se incurrirá en errores de tratamiento, pues es el individuo quien debe ser tratado.

Sin embargo, creemos que en general el saber y la capacidad de comprender pertenecen más bien a la técnica que a la experiencia, y reputamos más sabios a los técnicos que a los empíricos, pues la sabiduría, en todos los hombres, está vinculada al saber más estricto. Y esto ocurre porque unos conocen la causa y otros no. Los empíricos saben que una cosa es, pero ignoran el porqué'. los técnicos, en cambio, conocen el porqué y la causa. Por esto pensamos que los maestros de obras son más dignos de consideración, y son más sabios, que los obreros manuales, porque están al tanto de las causas de lo que hacen, mientras que los otros, como ocurre con algunos seres inanimados,  obran sin saberlo que hacen, al modo como el fuego quema. Los seres inanimados efectúan cada una de estas cosas por alguna tendencia natural, los obreros manuales, en cambio, lo hacen por hábito. Así, los maestros de obras no son más sabios por su destreza práctica, sino porque tienen la teoría y conocen las causas.

En general, el signo distintivo del sabio y del ignorante es la capacidad de enseñar, y por esto estimamos que la técnica es en más alto grado ciencia que la experiencia, porque los técnicos pueden enseñar y los otros no.

Además, consideramos que ninguna de las sensaciones constituye la sabiduría. Pues, por importante  que sean para el conocimiento  de lo particular  no nos suministran el porqué de nada. Por ejemplo, por qué el fuego es caliente, sino sólo que es caliente.

Por eso es probable que antaño el inventor de una técnica cualquiera, emancipada de las sensaciones ordinarias, despertara admiración entre los hombres. Esto no sólo habría ocurrido a causa de la utilidad de sus invenciones, sino por su sabiduría y superioridad sobre los demás. Y como que fueron inventadas cada vez más técnicas, teniendo unas por mira las necesidades y otras el agrado, los inventores de estas últimas fueron tenidos por más sabios que los primeros, porque sus ciencias no estaban enderezadas a la utilidad. De ahí que una vez constituidas todas las técnicas, se descubrieron las ciencias que no tienen por objeto ni el placer ni la necesidad. Se originaron, en primer lugar, en los países donde los hombres gozaban de ocio. Por esta razón las matemáticas nacieron en Egipto, porque en ese país le fue concedido el ocio a la clase sacerdotal.

Hemos establecido en la Etica la diferencia entre técnica, ciencia y las otras actividades similares. El objetivo de nuestro tratamiento presente es que se concibe generalmente a la llamada sabiduría como ocupada de las primeras causas y principios; de manera que, como antes se ha dicho, el empírico parece ser más sabio que el que sólo dispone de conocimientos sensibles, cualesquiera que sean; el técnico más que el empírico; el maestro de obras más que el obrero manual, las ciencias teóricas que las productivas. Salta a la vista que la sabiduría es la ciencia que se ocupa de determinados principios y de determinadas causas.


II. Puesto que buscamos esa ciencia, habrá que examinar de qué causa y de qué principios  la sabiduría  es  ciencia.  Si se tuvieran en cuenta  las  opiniones  que  co- múnmente se forjan acerca del sabio, este asunto se tornaría más claro. Se supone: a. que, en la medida de lo posible, el sabio conoce todas las cosas sin tener en particular la ciencia de cada una de ellas;  b. que se denomina sabio a quien es capaz de conocer lo más difícil y lo que no es fácilmente accesible al conocimiento humano, pues siendo el conocimiento sensible común a todos, es fácil y no tiene un ápice de sabiduría; además, c. que quien posee un conocimiento más riguroso de las causas y quien es más capaz de enseñarlas es, en cualquier género de ciencias, el más sabio. Además, d. entre las ciencias, la más deseable por sí misma y, por el saber que proporciona, se considera que es en mayor medida sabiduría que la que sólo es deseable por los resultados. Y, e. que la ciencia dominante es en mayor medida sabiduría que la auxiliar, pues no es competencia del sabio recibir órdenes, sino prescribirlas. No es él quien debe obedecer, pues es el menos sabio quien debe estarle sometido.

Tales son las opiniones, en naturaleza y en número, que se tiene de la sabiduría y de los sabios, a. Entre las peculiaridades que acabamos de señalar, el conocimiento de todas las cosas pertenece necesariamente a quien posee la ciencia de lo universal, porque éste conoce, de alguna manera, los casos particulares que el universal abraza, b. Estos conocimientos, es decir, los más universales para el hombre, son quizás los más difíciles de adquirir, porque son los más alejados de las sensaciones. Además, c. las ciencias más rigurosas son las que en mayor medida se ocupan de los primeros principios, pues las que se valen de menos principios son más exactas que las que tienen que añadir más principios; como, por ejemplo, la aritmética es más rigurosa que la geometría. Más aún: la ciencia que se ocupa de las causas es en mayor medida instructiva que la que no lo hace; pues enseñar consiste en poder suministrar las causas de cada cosa. Además, d. el saber y el conocer, considerados en sí mismos, se realizan más plenamente en el conocimiento de lo más cognoscible. Quien aspira a conocer por el conocer mismo tendrá una decidida preferencia por la ciencia más cabal. Y esa ciencia es de lo más cognoscible, puesto más cognoscible son los principios primeros y las causas. A través de los principios y a partir de ellos se conoce lo demás y no inversamente los principios a través de los particulares que dependen de ellos. Por último, e. la ciencia dominante y superior a la subordinada es la que conoce en virtud de qué fin ha de hacerse cada cosa, pero, para cada individuo, este fin es el bien y, en general, el objetivo del proceso natural.

Las consideraciones que anteceden muestran que el nombre buscado recae sobre la misma ciencia, la cual ha de escrutar los primeros principios y las causas, pues el bien, es decir, el fin, es una de las causas.

Y que no se trata de una ciencia productiva dan prueba las consideraciones de los primeros que filosofaron. En efecto, mediante la admiración los hombres, tanto ahora como antes, comenzaron a filosofar. Al comienzo se admiraron de las dificultades sencillas, después, avanzando gradualmente, plantearon dificultades en torno de los problemas más graves, tales como los cambios de la Luna, los del Sol y las estrellas y, finalmente, acerca del origen del universo. Ahora bien, quien se encuentra perplejo ante una dificultad y quien se admira, reconoce su propia ignorancia (de ahí que el amante de los mitos, de alguna manera, sea amante de la sabiduría, porque el mito consiste en un cúmulo de maravillas). Así, pues, si los primeros filósofos se dieron a filosofar  para huir de la ignorancia,  persiguieron  el saber en consideración  del conocimiento y no por su utilidad. Y lo que ocurrió da testimonio de lo que decimos, pues se comenzó a buscar ese tipo de conocimiento tan pronto se hubieron satisfecho todas las necesidades de la vida y todo lo relativo al bienestar y el solaz. Es obvio que no buscamos ese conocimiento en virtud de una ulterior utilidad. Y así como llamamos libre al hombre que tiene su fin en sí mismo, y no existe para otro, así decimos que ésta es la única ciencia libre, puesto que es la única que tiene su propio fin.

Por esto podemos con justicia considerar como no humana su adquisición.

De tantas maneras la naturaleza humana es esclava que, según Simónides, puede decirse que: Sólo Dios puede gozar de ese privilegio

y es indigno que el hombre no busque la ciencia que está a su alcance. Si los poetas están en lo cierto y la divinidad es celosa, es probable que, en este caso, debiera estarlo. Y tendrían que ser desdichados todos cuantos se destacaron en estas disciplinas. Pero es inadmisible que la divinidad sea celosa (y, como declara el proverbio,  “los  poetas  nos  dicen  muchas  mentiras"),  y  es  menester  pensar  que ninguna otra ciencia es superior en dignidad a aquélla. Pues la ciencia más divina es la más venerable y sólo esta ciencia lo es por dos razones: una ciencia es divina si Dios la posee de manera muy especial y si trata de cosas divinas. Ahora bien, sólo esta ciencia satisface ambas exigencias, pues es opinión generalizada que Dios es una de las causas y no determinado principio, y que Dios de manera exclusiva o eminente poseería esa ciencia. Todas las demás ciencias más bien contribuyen a las necesidades vitales, pero ninguna es más excelente que aquélla.

Sin embargo, en cierto sentido, la adquisición de esa ciencia tiene que provocar un estado de ánimo opuesto a aquel con que comenzamos  la indagación.  Todos comienzan, como dijimos, admirándose de que las cosas sean como son, como ocurre con los títeres que se mueven por sí solos, con los solsticios y con la inconmensurabilidad de la diagonal. Parece admirable a quienquiera que aún no haya escrutado  la  causa,  que  una  cantidad  no admita ser  medida  por  la unidad  más pequeña. Pero es menester arribar al temple de ánimo contrario y, según el proverbio, al mejor, como ocurre cuando se comprenden los ejemplos mencionados. Pues nada provocaría más admiración a un geómetra que si la diagonal se tornara mensurable.

Ha quedado establecido cuál es la naturaleza de la ciencia buscada y cuál es el objetivo a que debe enderezarse nuestra búsqueda y nuestra indagación.


Aristóteles. Metafísica. S. IV a.C.


Las dos caras de la filosofía.

 de Eugenio Pucciarelli, en  "Husserl y la actitud científica en filosofía". 1962.




No es un secreto que la palabra filosofía esconde en su seno una incómoda ambigüedad. Esta situación proviene, al parecer, de dos necesidades que se agitan oscuramente en la actividad filosófica: por un lado, la exigencia de unificación del saber mediante una explicación racional y sistemática de la totalidad de la experiencia, y, por otro, la pretensión, de innegable raigambre moral y religiosa, de formar al hombre y convertirlo en amo de su destino, configurando desde su propio interior el curso entero de su existencia personal. Aunque estas dos tendencias conviven en una armonía no siempre natural y lograda en muchos sistemas, en otros se contraponen ásperamente y se rechazan, con lo cual parece quebrarse la unidad misma de la filosofía.

La divergencia asoma ya en la palabra filosofía, desde el momento mismo en que se incorpora a la tradición cultural de Occidente. El simple análisis etimológico revela dos significaciones -amor al saber y amor a la sabiduría- que se disputan la preferencia desde la antigüedad. Nunca se ha negado que la sabiduría excluya el saber, pero las actitudes humanas en uno y otro dominio parecen ser heterogéneas y, en ocasiones, antagónicas. Los partidarios de una filosofía como sabiduría se empeñan en concebirla como un ars vivendi. subrayan su significado práctico, destacan su carácter personal y tienen predilección por las cuestiones del destino y la misión del hombre. Se complacen siempre en presentarla como un método de vida, y no es extraño que a veces, con entonación religiosa, pretendan erigirla en camino de salvación. Quieren ver en ella una exigencia que estimula, una incitación a realizar una existencia humana plena en contraste con una actividad unilateralmente cognoscitiva. No ocultan su inspiración moral, su valor educativo, pero parece preocuparles menos la crítica del saber racional, que descubre sus límites y sus contradicciones internas, que la plena vigencia de las convicciones morales en el orden de la acción. La pluralidad de tipos de sabiduría y el carácter (inevitablemente personal de sus inspiraciones no parece inquietarlos demasiado: lo importante es la congruencia de la conducta con los principios que la informan desde adentro y que el individuo encarna en la acción.

Opuesta es la actitud de los que conciben la filosofía como amor al saber. Para ellos, la filosofía aspira a ser ciencia, es decir, investigación metódica cuyo fruto es el conocimiento objetivo, necesario y universalmente válido. El amoral saber no se consume en un esfuerzo insatisfecho: cuaja en sistemas de conocimiento que pretenden abarcar la totalidad de los objetos y que se ofrecen a todos los investigadores con la garantía de métodos que permiten su contralor. La despreocupación por entregarse a cualquier finalidad práctica y el carácter impersonal de la búsqueda y de los resultados son rasgos del ideal científico que estimula este estilo de filosofar. Pero frente a la pretensión de validez universal se presenta el hecho de la multiplicidad de los sistemas filosóficos y de sus divergencias doctrínales. Las polémicas entre las escuelas, interminables, renovadas de siglo en siglo, producen un espectáculo de anarquía intelectual que parece in- compatible con la concepción de una filosofía como ciencia. Lejos de acoger el legado de sus predecesores e integrar las aportaciones parciales en la figura coherente de una doctrina que merezca el asentimiento unánime, las generaciones jóvenes someten a examen crítico todos los resultados y excluyen de la nueva síntesis, por estimarlo incompatible con su espíritu o sus tendencias, gran parte de los trabajos que les han precedido. Y cada nuevo filósofo tiene que recomenzar la tarea, como si nadie hubiera investigado en estos dominios. Aparte de esto, los intereses prácticos - religiosos, morales, políticos, pedagógicos-, es decir, el amor a la sabiduría, enturbian la transparencia de la vocación teórica -amor al saber- y retardan la constitución de una filosofía como ciencia.

ESTADIOS DEL CONOCIMIENTO HUMANO: LA PRE-FILOSOFIA

LA  PRE-FILOSOFIA: FORMAS PRE-RACIONALES
 DE EXPLICAR Y REPRESENTAR LA REALIDAD


LOS ESTADIOS DEL CONOCIMIENTO HUMANO
El ser humano se ha caracterizado desde sus orígenes por la necesidad de conocerse a sí mismo y el entorno natural que le rodea. Sus primeros intentos de explicación serán, hasta cierto punto, de carácter pre-racional: la magia, el animismo, el mito y lo sapiencial como antesala del comienzo de la filosofía.

La especie humana ha logrado sobrevivir gracias a sus pensamientos y a sus descubrimientos. El Homo Sapiens se adaptó a las nuevas condiciones naturales, observó los incendios y se atrevió a sostener un palo ardiente, que le sirvió para defenderse de otros animales haciéndolos huir con el fuego. El uso y control de este elemento fue el primer descubrimiento de la humanidad, pues gracias al fuego aprendió a cocinar sus alimentos, a defenderse y proteger su entorno, ampliando y explotando una fuente de energía y alimento. Un gran cambio se inició en el Oriente Medio, donde advierten lo cómodo que resultaba reunir manadas de animales para aprovecharlos cuando se necesitaba, en lugar de andarlos cazando en el campo o en los bosques; hacia el año 10 000 a. C. ya tenían rebaños de cabras que les proporcionaban leche, queso, carne y piel.


Asimismo, el Homo Sapiens observó que después de un incendio crecía hierba nueva y nuevos árboles frutales. Descubrió la agricultura y muy pronto la alfarería primitiva, factores que lo ayudaron a transformarse de nómada a sedentario. Fue entonces cuando descubrió herramientas a partir del palo y la piedra, que tallaba burdamente y que usaba para cavar, golpear y defenderse. Sus pulgares eran capaces de contraponerse, por ello, se apropió de herramientas y armas para imponerse sobre los demás seres que le rodeaban, acumulaba posesiones, y esto originó la guerra; sólo cuando se posee la tierra, surge la necesidad de defenderla.

El conocimiento humano en el proceso adaptativo tiene su propia evolución y su peculiar historia.  La percepción, atención, memoria, aprendizaje, pensamiento, inteligencia y lenguaje se han desarrollado como parte de un proceso evolutivo.

Desde un punto de vista evolutivo, esto significa que la superioridad del psiquismo superior humano y sus procesos, debe interpretarse como un complejo mecanismo en el que intervienen múltiples instrumentos adaptativos cuyo resultado final es lo que comúnmente entendemos por "conocimiento". Como proceso, está relacionado directamente con la antropogénesis o proceso de hominización.

Desde un punto de vista histórico y cultural, el conocimiento humano puede entenderse como un conjunto de etapas o estadios del saber consecutivos (se suceden unos a otros en el tiempo) y coexistentes (los nuevos estadios no suponen la desaparición de los anteriores). Los estadios iniciales del conocimiento o saberes primitivos aparecen en el Paleolítico Superior y son la magia, el mito, la técnica, la religión, y posteriormente la filosofía, la teología, la ciencia y la tecnología.

La magia
El saber mágico se relaciona con la idea de que las cosas que nos rodean tienen poderes ocultos, pero también con la de que ciertos objetos construidos por el hombre, por medio de diversos rituales, pueden adquirir esa condición, como amuletos, fetiches o talismanes. Así, la primera forma de tratar de explicar al mundo fue a través de la magia, de tal modo que la lluvia, el trueno, el Sol, la tierra, los animales y todo cuanto existía, tenían un poder superior al orden natural.

La magia intenta sobre todo solucionar problemas de tipo práctico (conseguir que llueva en tiempos de sequía, curar enfermos, alejar a los malos espíritus, etc.). Para logarlo, se vale de un conjunto de ritos, conjuros, gestos ..., destinados a dominar las fuerzas superiores que rigen la naturaleza, mediante procedimientos ocultos y solo accesibles a ciertos individuos privilegiados. La base de la magia es la creencia en que todas las cosas están animadas por espíritus (animismo).
Se caracteriza por ser un saber de dominio, procedimental, privado y dogmático:

-  De dominio. Mediante la magia una casta socialmente privilegiada, los brujos o chamanes, pretende poseer un saber y unos procedimientos de control y de predicción, sobre los fenómenos naturales y espirituales.

Procedimental. Los brujos o chamanes saben ejecutar con rigor y eficiencia determinados ritos pautados, unidos a ceremoniales y fórmulas ocultas, en virtud de los cuales suceden los acontecimientos previstos y esperados.

- Privado. El saber de la casta no es público o intersubjetivo sino secreto. Se transmite de manera endogámica ente los iniciados de la casta elegida.

- Dogmático. Por su carácter privado no es posible ni está permitido que sus resultados puedan ser cuestionados o criticados aun en el caso de que no resulten adecuados. Por otra parte, no se admite que los resultados insatisfactorios invaliden la supuesta eficacia de los procedimientos rituales.

El pensamiento mágico fue el intento inicial que el ser humano efectuó para tratar de explicar el mundo en que vivía; pero con el paso del tiempo éste resultó insuficiente, sobre todo a partir de que nuestros ancestros concluyeron que los fenómenos naturales representaban la voluntad de fuerzas o espíritus superiores.

El animismo.
El pensamiento y la imaginación del hombre crecieron gradualmente. Éste creyó ver imágenes entre las ascuas incandescentes de una hoguera, en los árboles, en las nubes; parecían tomar formas extrañas en el día, en el crepúsculo o por la noche. Sintió el estruendo de la tierra al moverse, oyó extraños sonidos en los bosques, las colinas, los mares y los ciclos, entonces se imaginó que la naturaleza estaba habitada por seres benéficos y protectores, pero también por seres maléficos y destructores. Su entorno tenía vida.

Así infunde alma (anima) o espíritu a los elementos naturales: el sol, el viento, la noche, el rayo, el día. los temblores, los volcanes, etc., espíritus buenos y espíritus maléficos, a los cuales reverencia para luego inventar ritos y ceremonias que alaban o buscan calmar el enojo de las fuerzas que lo amenazan. Después pintó en las paredes de sus cuevas, hizo figuras con piedra tallada o barro que en su mayoría representaban las fuerzas de la naturaleza. Casi toda su expresión artística tenía formas femeninas, quizá debido a que con ella buscaba estimular la fertilidad de la naturaleza o porque quería sentirse el amo en su entorno familiar.

El animismo (del latín anima: alma, aliento), según la Psicología, hace referencia al punto de vista que considera la mente humana como entidad no material y que sostiene que todos los objetos del entorno poseen un alma o ser interno. A esta doctrina se le ha llamado Panpsiquismo. El físico alemán George Ernest Stahl (siglo XVII) aportó esta palabra para explicar su teoría, según la cual todo tiene un alma o principio vital que es responsable de todo desarrollo orgánico.

Todos los pueblos de la antigüedad trataron a los elementos naturales y a los objetos como animados, como si tuvieran vida, sentimientos y voluntad propia. Como ejemplo citamos a las culturas mesopotámica, egipcia, helénica y romana, en el viejo mundo; a la mexica o azteca, la maya, tolteca, etc, en Mesoamérica, y a la inca, en Sudamérica. El animismo, como creencia cultural, todavía existe en muchos pueblos de la actualidad y florece como en sus primeros tiempos en la India, monasterios lamas, en la santería cubana, en muchos de nuestros pueblos y en las culturas de los pueblos africanos.

El mito,
En todos los pueblos del mundo, los seres humanos buscaron una forma de entender los misterios de la naturaleza y de su propia vida. Una de las maneras en que fueron explicados estos misterios es la que se elabora en la interpretación que aparece en los relatos míticos. El mito es una forma de comprender la realidad. En los mitos, los seres humanos ocupan un mismo lugar en el universo de símbolos junto con la naturaleza y las divinidades; ellos nos cuentan aquello que sucede en esta relación.

 La palabra mito proviene del griego antiguo muthos (relato).  Los mitos son narraciones o relatos que explican e interpretan los orígenes, tratan acerca de la creación del mundo (cosmogónicos), el origen de los dioses (teogónicos), del ser humano (antropogónicos) del surgimiento de seres, cosas, técnicas e instituciones (etiológicos), del origen del bien y del mal (morales), fundacionales (de ciudades) y escatológicos (fin del mundo) El mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de seres divinos ­los dioses­ o excepcionales ­los héroes­, ha tenido su origen la realidad, por qué es como es y cuál es el lugar del individuo en ella.


El mito, además, permite justificar las acciones, los valores y las costumbres humanas y servirles de modelo. Lo narrado es aceptado por toda la sociedad basándose en la autoridad de la tradición.
El objetivo principal de los mitos es ofrecer una explicación total acerca del universo y del individuo. Los mitos son un saber pre-racional: Tienen su origen en la actividad emocional e imaginativa del ser humano.

Recurren a representaciones simbólicas como, por ejemplo, dioses antropomórficos (divinidades con cualidades humanas que, en muchas ocasiones, presentan en su cuerpo parte de algún animal.
Hacen posible que el hombre construya la imagen de su propio mundo por medio del denominado razonamiento por analogía.

Los mitos nos han llegado por tradición oral; sin embargo, no debemos considerarlos sólo como cualquier otro relato. Además de ser una historia, un mito es una vivencia que supera lo que podemos contar con las palabras; constituye la posibilidad de generar sentidos, al producir prácticas culturales, instituciones, creencias, hábitos, ideas.
Además, el mito es un saber que se caracteriza por ser antropomórfico, animista, indeterminista y prescriptivo.

-      Antropomórfico. Los grandes fenómenos actúan dramáticamente, encarnados en agentes naturales personificados.

-        Animista. La naturaleza está poblada de espíritus vivos, conscientes e intencionales.

-        Indeterminista. Lo que acaece en la naturaleza sucede de forma arbitraria y azarosa, dependiendo  de la voluntad imprevisible de las fuerzas que rigen el cosmos y no de un sistema regular de causas.

-     Prescriptivo. De la narración se siguen pautas o patrones normativos de conducta, como rituales, exigencias, prohibiciones y tabúes.

Los mitos no son propiamente una religión, aunque se confunden con ella por contener elementos mágicos o formar parte de las religiones. El pensamiento mítico está relacionado con el pensamiento religioso en la medida en que suele presentar un politeísmo antropomórfico, según el cual existe una gran diversidad de dioses que personifican fuerzas o poderes naturales. Estos dioses adoptan formas humanas, comparten con los mortales sus vicios y pasiones, pero en todo caso son más poderosos y avasallantes.

Durante mucho tiempo se ha creído que los mitos y la mitología eran un conjunto de ficciones creadas por poetas, narraciones novelescas sin utilidad para historiadores y científicos, incluso no falta quien cree que no merecen la pena ser estudiados.

Sin embargo, los adelantos y descubrimientos de la filología y la Filosofía han servido de auxiliares poderosos para desentrañar el oculto significado de los mitos. Su conocimiento e interpretación filosóficos es útil para la investigación de los orígenes y raíces lingüísticas, para investigar el progresivo desarrollo de las ideas religiosas y sociales de los pueblos antiguos y modernos, asimismo, dan a conocer las características de los pueblos y sus épocas, sus ideas y numerosos detalles de su vida, a la Arqueología le sirven para interpretar la cultura y el pensamiento contenidos en los monumentos que crearon.

Para muchos filósofos los mitos no son más que la envoltura que esconde los tesoros de una sabiduría misteriosa, en la que sus creadores ocultaron el conocimiento de las grandes leyes del mundo físico y del origen de las cosas.


El tercer estadio del conocimiento es la religión. Es evidente que existe una continuidad entre la religión, como forma de interpretación del mundo, y el mito y la magia.
La religión es un modelo explicativo de los fenómenos naturales (orden cósmico) y humanos (nacimiento, muerte, sexo, familia, trabajo...).

El pensamiento religioso se remonta a los orígenes mismos de la especie humana. Antropólogos, sociólogos, filósofos, etc., han elaborado diversas teorías para tratar de explicar cómo pudo haber surgido la creencia en dioses o entes superiores.


Algunos piensan de manera parcial que la fuente de toda religión es el temor que experimentó el hombre frente a impactantes fenómenos naturales, como huracanes, terremotos, tempestades, eclipses. Al no encontrar una explicación satisfactoria de estos “extraños” fenómenos se optó por atribuirlos a poderes superiores y divinos.

También, se ha sostenido que el sentimiento religioso nace ligado a una preocupación por la muerte. Se parte de la idea de que, sin duda, uno de los instintos humanos más arraigados es el temor a la muerte, de ahí que en muchas religiones encontremos el culto a los muertos acompañado de sus imprescindibles ritos funerarios.

En las religiones más primitivas encontramos, por ejemplo, el totemismo, que nos remite al culto a los antepasados. Según E. Cassirer, las sociedades totémicas primitivas tendían a eliminar el temor a la muerte, oponiendo una confianza en la solidaridad, en la unidad compacta e indestructible de la vida en torno a la figura y espíritu de un tótem.

Debemos señalar que el pensamiento religioso, desde sus inicios hasta la época actual, ha sufrido una evolución considerable, lo que nos permite hablar de religiones primitivas y desarrolladas. Con el paso del tiempo surgió la idea de que en lugar de varias divinidades había solo un ser superior (monoteísmo), quien actuaba y determinaba todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Lo que pasa en el mundo no es consecuencia de la veleidad de los dioses (politeísmo); todo cuanto acontece, así como el destino del hombre, está sujeto a un ser todopoderoso (monoteísmo).

En la historia de las religiones es posible encontrar un grado diferente de experiencia, de conocimientos y formas de comunicación entre el hombre religioso y la divinidad.

En las religiones arcaicas es difícil separar la religión propiamente dicha con su conjunto de creencias, ritos, ceremonias y liturgias, de los mitos y la magia. A veces no podemos establecer con precisión cuándo termina el mito y cuándo comienza la religión.

La magia se basa en la creencia de que hay ciertos poderes o fuerzas que pueden ser controladas para causar daños o beneficios. El mago o chamán que se adiestra en las prácticas o “artes” de la magia pretende, en un momento dado, curar enfermedades, obtener una buena caza, propiciar la lluvia, curar a un enfermo o dañar al enemigo.

Pero mientras que la magia se presenta como una actividad utilitaria orientada a un fin específico, la religión es un pensamiento complejo, donde se entremezclan desde el temor hasta el amor, la esperanza, la fe y el arrobamiento ante lo sagrado.

Al trabar contacto con la divinidad, el ser humano comprende su pequeñez, su finitud, su situación de pecador que recurre a Dios para agradecerle, para suplicarle y pedirle dones invocando misericordia. Así, con el pensamiento religioso, el hombre busca afanosamente a Dios concibiéndolo como lo más grandioso y perfecto, como encarnación de la santidad.

En un sentido amplio -con el afán de que abarque  a todas  las  religiones  (primitivas y actuales),  se puede  definir la religión como el  reconocimiento  real, tanto  interior como  exterior,  de  la  relación vital del hombre  con  la  divinidad.  Se llega a esta definición a través de tres grandes experiencias del hombre:

Indigencia y deseo del ser  humano.  La primera experiencia podemos expresarla en dos momentos interrelacionados:  1) la situación de indigencia y limitación del ser humano.  El hombre se da  cuenta  de  que tanto  el  como  el  mundo  en el  que  vive  son realidades  limitadas,  contingentes,  incapaces  de  encontrar en sí  mismas  el  origen y  el  sentido  cabal de  su existencia.  Ante esta experiencia, el hombre se pregunta por su identidad personal:   ¿quién soy yo?,  y no  alcanza a encontrar en sí mismo una respuesta satisfactoria.  2)  Esa limitación e  indigencia origina  en el hombre  una serie  de  inquietudes  o  deseos:  el  de  conocer el  origen  y la causa de su existencia ¿de dónde vengo?,  ¿para qué existo?;  el de buscar una explicación a las  circunstancias  de la vida:  el  dolor,  el  amor,  la libertad,  la enfermedad,  la injusticia;  por último,  el  de  conocer el  sentido  ultimo  de  su vida:  ¿qué  hago  en  el  mundo?,  ¿adónde  voy?,  ¿Seguiré  existiendo después  de la muerte?

La dependencia de un Ser  Absoluto.  La experiencia de su limitación y  de  sus  deseos  lleva  al  hombre  a  otra  experiencia:  a  darse  cuenta de  que  depende  de Alguien  que le ha dado el ser,  de Alguien de  quien ha recibido  el  don de  la vida,  de  Alguien  que  influye  en las  circunstancias de  su  existencia  cotidiana.  En otras  palabras,  el  hombre  percibe  que depende  de  una realidad  misteriosa que  le  sustenta,  que  le  ayuda,  que le habla en el  interior  de  su conciencia,  que aparece coma un Bien para el  hombre  y  que  la mayor  parte  de  las  pensadores  han llamado Ser  Absoluto  y  Bien  Absoluto.  Con su reflexión racional,  el  hombre  toma conciencia o  «reconoce»  que  ese  Ser Absoluto  es  distinto  del  hombre  y del  mundo,  y que es infinito  en todo lo que  el hombre  es  capaz de  conocer  y  de  imaginar:  es  todopoderoso,  infinitamente  bueno  y  sabio, eterno,  y en el  está el  principio y el fin de la vida humana y de todas  las cosas  existentes.  De esta experiencia brota espontáneamente el impulso de conocerle, tratarle,  amarle,  adorarle y pedirle  lo  que  las  hombres  no somos  capaces  de  conseguir.  Es decir, brota en el hombre  el  «deseo»  de tener  una relación.  vital con ese   Ser­Bien Absoluto  al que  las hombres  llaman  la  divinidad.  Desde  otra perspectiva se puede  decir que  el  hombre  se  siente  comprometido  con la divinidad  en todas  sus  dimensiones:  individual,  familiar,  profesional,  social,  cultural;  también se puede  decir que las  diversos  aspectos  de la existencia humana hacen referencia a la divinidad.

c)  La  relación con la divinidad.  La tercera experiencia es la  expresión real,  con actos internos y  externos,  de  ese  deseo  de  relacionarse  con la  divinidad.  Para que se dé la religión no basta con que el hombre reconozca o tenga  conciencia de  que  existe  la  divinidad,  sino  que  es  necesario  que  el hombre la exprese  de modo  «real»  en las  diversas  facetas  de  su vida individual  y  social.  Debido a la naturaleza del hombre,  este  expresa sus mas profundas  convicciones  de relación  con la  divinidad mediante  actos  internos y  externos,  que  abarcan lo  que  suele  denominarse  «contenidos»  de toda religión:  las  creencias,  las  normas  morales,  las  ritos  y  la  comunión con  el  grupo.

En definitiva, podemos decir que la religión no es  solo  el  conocimiento  o  el  deseo  de  la divinidad  como Bien Absoluto:  ni  solo  el  deseo de  felicidad plena;  ni  mucho  menos  una  exigencia  arbitraria par parte del  Ser Absoluto.  La religión es  el  reconocimiento  real,  con actos  interiores  y  exteriores,  de  la relación vital  del  hombre  con la divinidad,  que brota  espontáneamente  de  la experiencia de  la limitación  del  hombre  y de la conciencia de su propia dignidad personal.
A la vista de estas experiencias humanas, puede afirmarse que la religión no es un hecho meramente cultural y relativo,  que puede  desaparecer,  sino  una realidad antropológica,  es  decir,  una  dimensión de  la persona humana radicada en la racionalidad.


El cuarto estadio de conocimiento es la técnica. Se podría considerar con razón que el conocimiento técnico es el más antiguo y anterior en la evolución biológica y cultural del ser humano.  La utilización, primero, y la posterior fabricación y perfeccionamiento de útiles y herramientas son modos indudables de tal forma de conocimiento. Se caracteriza por ser un saber práctico, especializado, público y revisable.

-        Práctico. Se trata de un conocimiento que se sustenta en reglas basadas en el ensayo y error. Además, no se fundamenta, hasta una época muy avanzada, en unos conocimientos teóricos previos o etapa última de la tecnociencia, en la que cabría distinguir técnicas de tecnologías.

-        Especializado. Tiene su origen en la división social del trabajo, resultado de la evolución cultural, y en la subsiguiente clasificación de las múltiples categorías técnicas. Es notorio como la división especializada de las técnicas es un precedente ineludible de la organización futura de las distintas ciencias.

-        Público. La técnica, como la magia, es un saber de predicción, control y dominio, pero a diferencia de esta, sus reglas y procedimientos son progresivamente compartidos, no esotéricos ni exclusivos.

-        Revisable. El carácter público o intersubjetivo convierte a la técnica en un saber sometido a la revisión y al perfeccionamiento continuo de sus reglas.


Se puede considerar al arte como otra etapa inicial de conocimiento humano. El horno sapiens sapiens contó con numerosas manifestaciones artísticas, unidas a la fabricación de útiles domésticos, armas para la defensa o la caza, vestidos y adornos corporales e incluso una cierta disposición decorativa del espacio habitable. Pero las manifestaciones artísticas más avanzadas son, sin duda, las pinturas rupestres, como las encontradas en Altamira y Lascaux, cuya realización data de hace 14.000 años aproximadamente.

El arte tiene las siguientes características:

Utilidad. No es posible separar claramente, en sus orígenes, el arte de la técnica. En los comienzos del set humano no se puede hablar con propiedad de un arte "puro'. Los objetos modelados son. en primer lugar, útiles o herramientas y como tales no pertenecen de modo inmediato al arte entendido en sentido no técnico sino estético. Un instrumento o un arma se fabrican con una finalidad práctica basada en el criterio de utilidad, no de belleza.

Belleza. Los testimonios materiales de que disponemos nos muestran que el hombre prehistórico tenía un innegable sentido de la forma, el volumen y el color. Los primeros artífices eran también auténticos artistas: sus

productos o artificios eran, además de útiles o herramientas, genuinas obras de arte con un sentido de la belleza inequívocamente estético.

Significado. La obra de arte no se detiene en la utilidad y la belleza, sino que aspira además a un conocimiento completo del entorno, tanto de la naturaleza como de la vida humana. Las obras de arte obedecían a ciertas reglas significativas o espirituales cuya función era interpretar y controlar los fenómenos naturales (orden cósmico), sociales (organización de la familia y el parentesco, justificación del poder social o la división del trabajo) y vitales (nacimiento. sexo, muerte). Además, tanto en la obra de arte primitiva como en la actual es posible analizar los diversos elementos significativos que la componen: estilísticos, plásticos, intelectuales, simbólicos, expresivos o narrativos, entre otros.

Intencionalidad. Ya desde sus orígenes en el Paleolítico superior las manifestaciones artísticas tienen un significado múltiple. Como hemos señalado, las pinturas rupestres tenían diversas intenciones: ornamental.
puesto que decoraban los abrigos rocosos; propiciatoria, ya que invocaban a los espíritus de la caza o de la fertilidad; interpretativa, porque buscaban una comprensión de los fenómenos naturales y sociales.




Todas las culturas del mundo —la asiática, la africana, la de Oriente Próximo, la del hemisferio europeo-occidental— han fomentado la escritura sapiencial. En muchos pueblos de la Antigüedad encontramos brotes de sabiduría como una transición entre la etapa mitológica y religioso. En ella ya empezaba a gestarse el avance racional de darle forma a los mitos y organizar las sociedades en todas sus direcciones.

Los pre filósofos fueron verdaderos sabios que buscaron guiar a los hombres en su momento histórico, promoviendo cambios a la tradición, organizando los mitos y creando las bases de las religiones que existen en el mundo.

Links para ampliar los temas:

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PERSONA Y DIGNIDAD

FORMULARIO FILOSOFÍA EDUCACIÓN FÍSICA 2018